jueves, 17 de julio de 2008
miércoles, 9 de julio de 2008
Oda a la televisión
El desamparo se apoderaría de los trabajadores si el llegar a casa después de ∞ horas de trabajo no fuera precedido por el ritual televisivo de relajamiento, no podrían más que mirar a su pareja y hablarle, tendrían que conversar después del cansancio de la jornada, se abriría la terrible posibilidad de que aparezca la insatisfacción y frustración acumuladas, sembraría de dudas terroristas la cotidianidad, despertaría el profundo deseo de mandar todo para la mierda, el añoro inconfesable del plomo en la sien.
No habría forma de proteger a los niños del peligro que conlleva vivir, no podrían sortear los riesgos que esperan fuera de la puerta, la inquietud infantil los llevaría a aventurarse en la selva urticaria de la vecindad, se hablarían como iguales siendo tan diferentes, se juntarían papudos y pauperros, aprenderían a querer en la calle entre güilas mala-junta, no conocerían las románticas historias de Betty la Fea, Lety la Fea y Ugly Betty, tendrían que hacer la imposible apuesta del amor, comerían jocotes sin lavar, leerían subidos en un árbol, amenazarían la propiedad privada de los vecinos para llevarle una rosa a esa güila hedionda, y el hijo de los hippies del barrio les abriría las puertas de la drogadicción con un puro para que luego vengan a robarse las joyas de la abuela. Sin duda sería catastrófico, sin tele los niños no tendrían alternativa: o se hacen delincuentes o los mata un delincuente.
sábado, 5 de julio de 2008
Instante de luz
viernes, 4 de julio de 2008
Celebración de la voz humana/2
"Tenían las manos atadas, o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban, volaban, dibujaban palabras. Los presos estaban encapuchados; pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.
Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, en prisión aprendió sin profesor:
-Algunos teníamos mala letra- me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.
La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie: en cárceles y cuarteles, y en todo el país, la comunicación era delito.
Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos, a través de la pared. Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores; discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuesta.
Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada."
Eduardo Galeano. El Libro de los Abrazos