Pensaba en el choteo, en su impacto en la discusión política y el diálogo en general, cuando una imagen que estaba bien enterrada en mi cabeza emergió. Es de una película de acción que vi en la infancia, en la que el protagonista tiene que atravesar un estrechísimo pasillo, cuyas paredes están cubiertas por navajas de afeitar. No recuerdo más de la película, que además debe ser bastante mala, pero la imagen sirve para una metáfora válida.
Establecer un diálogo en medio de un clima de choteo requiere de un esfuerzo similar al de atravesar ese pasillo, hay que meter la panza, contener la respiración y calcular bien cada movimiento. En el camino siempre habrán heridas, que por lo demás no son mortales. Pero sin duda, habrían más y mejores conversaciones si escucháramos a los otros sin dagas en la mano, esperando a destruir lo que dicen.
Al decir esto no imagino un contexto de conversación ideal en todo momento, sería artificioso e ingenuo. Siempre habrán antagonistas que quieran destruir, ese no es el problema. Lo lamentable es cuando quienes destruyen no son los antagonistas, sino los supuestos aliados. Cuando los integrantes de un grupo, sean amigos, familia o compañeros de comité, nos comportamos como enemigos.
Disentir y destruir son conductas muy distintas. La conversación es un ejercicio entre interlocutores distintos que se tratan como iguales. Los aliados, aún cuando disienten, ven en el otro un igual, una persona. Para los enemigos el otro no es igual nunca, es una no-persona, por ello nunca podrán conversar.
Y al terminar de escribir esto me doy cuenta que no hay nada nuevo, es uno de los principios fundamentales de la democracia. Sin embargo, pareciera muy lejano. ¿Cuántas veces hablaremos sin conversar?
Establecer un diálogo en medio de un clima de choteo requiere de un esfuerzo similar al de atravesar ese pasillo, hay que meter la panza, contener la respiración y calcular bien cada movimiento. En el camino siempre habrán heridas, que por lo demás no son mortales. Pero sin duda, habrían más y mejores conversaciones si escucháramos a los otros sin dagas en la mano, esperando a destruir lo que dicen.
Al decir esto no imagino un contexto de conversación ideal en todo momento, sería artificioso e ingenuo. Siempre habrán antagonistas que quieran destruir, ese no es el problema. Lo lamentable es cuando quienes destruyen no son los antagonistas, sino los supuestos aliados. Cuando los integrantes de un grupo, sean amigos, familia o compañeros de comité, nos comportamos como enemigos.
Disentir y destruir son conductas muy distintas. La conversación es un ejercicio entre interlocutores distintos que se tratan como iguales. Los aliados, aún cuando disienten, ven en el otro un igual, una persona. Para los enemigos el otro no es igual nunca, es una no-persona, por ello nunca podrán conversar.
Y al terminar de escribir esto me doy cuenta que no hay nada nuevo, es uno de los principios fundamentales de la democracia. Sin embargo, pareciera muy lejano. ¿Cuántas veces hablaremos sin conversar?
3 comentarios:
Panza, muchacho, panza...
Así es, gracias, ya lo corregí.
Cuántas veces oiremos sin escuchar?
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