La culminación de mi tesis, su defensa y la tramitación de la graduación, así como un episodio temporal de trabajo remunerado, me alejaron durante cierto tiempo de las condiciones necesarias para la reflexión. Por esta razón no había escrito por acá. En ocasiones anteriores, ante la ausencia de reflexión, había optado por colocar links, citas o videos que entretuvieran mientras regresaba la posibilidad de decir algo. Pero como he desarrollado cierto afecto por los lectores de mi blog (no porque sean muchos, ni siquiera porque sepa quiénes son; sino simplemente porque aprecio y respeto, sean cuantos y quienes sean, el olvidado arte de escuchar a los otros), decidí no “entretenerlos”, que de por sí sobran los fútiles malabares.
Durante parte de ese mismo tiempo en el que me fue imposible pensar, hice un viaje por Centroamérica, sobre el cual algo hay que decir. Y es que aunque las circunstancias nos impidan reflexionar, luego podemos reflexionar sobre esas circunstancias.
Ficha técnica: El viaje fue por tierra de San José a San Salvador y de vuelta. Los viajeros fuimos tres: Alex, Paco y yo. Lo hicimos en mi Sirion Daihatsu 2002, 1300 cc., 105 hp, (bautizado con justeza durante el viaje en el que cumplió los 100.000 kilómetros, como: La Hormiga Atómica). Recorrimos 2150 kilómetros, pero mucho más que eso, atravesamos 3 fronteras 2 veces. Aunque en realidad cada frontera son dos, pues no hay unidad, cada una es un lado, y en cada lado es una realidad particular. De manera que podemos decir que atravesamos 12 fronteras, y afrontar fronteras no es jugando papillos. En la imagen de arriba, el trazo anaranjado es el viaje que hicimos.
Dicho esto podemos partir:
El trayecto de salida del país de origen constituye la parte menos interesante de un viaje, aunque no por ello es sencillo. En términos generales, este espacio de tiempo es el de la ruptura con nuestro ambiente habitual. [Me pregunto hasta qué punto esta ruptura está determinada por la llegada al otro lugar, de ser así los viajes en barco deben ser una largo periodo de salida, en el que no se termina de dejar el lugar anterior. Por el contrario, el viaje en avión nos deja con una extraña sensación de no haber aterrizado, pues al no haber casi tiempo para la ruptura, llegamos allá sin haber salido de aquí.] No es que no pase nada en este periodo de ruptura, sino que la rutina en la que todavía estamos sumidos nos inmuniza frente a los acontecimientos. Pero además tiene un sabor agridulce, porque nos enfrenta con la banalidad y contingencia de nuestro andar cotidiano.
Aun así siempre suceden cosas que merecen ser contadas. En este caso, los momentos que lograron traspasar la rigidez anímica de la partida fueron: presenciar el retorno de un hijo a casa y un delicioso desayuno en El Bramadero, que alimenta historias desde tiempos de mi padre. Todos tenemos muchas casas, pero algunos tenemos una casa, o más bien, un lugar en el que jugueteamos la infancia. Cuando regresamos a ese lugar, se despierta en nosotros el pasado lúdico y una nostalgia trágica de la infancia. Hay algo trágico en los niños, y en el dejar de ser niño.
El segundo día la apertura hacia el devenir viajero era mayor, pero todavía no habíamos salido del país ni de nosotros, por lo que los trámites pendientes y las gentes nuestras se asomaban en la cabeza. Al sacar un vehículo del país se encuentra uno con los primeros signos de inhospitalidad institucional, eso a pesar de que la frontera Costa Rica – Nicaragua es la menos agreste de las que cruzamos. Probablemente es más sencillo sacar del país ilegalmente un vehículo que legalmente.
Hay una diferencia fundamental entre un viaje a lo interno del territorio nacional, de uno internacional. Aunque en ambos hay diversos tipos de fronteras, una frontera internacional es material y simbólicamente un gran obstáculo, cuya magnitud varía según las relaciones entre los respectivos países. Por eso su transgresión es tan propicia para la ruptura del viajero. En las fronteras algo se cierra y algo se abre, y con esa apertura de la transgresión uno se llena de valor y libertad.
8 comentarios:
Thomas Stearns Eliot dijo que Baudelaire fue el primer artista decimonónico que logró expresar la belleza de los transportes modernos y los lugares relacionados con los viajes: los aeropuertos y las fronteras; los muelles y las estaciones de tren.
así como el fuego y el agua, estos lugares también están casados con lo taciturno y los reflexivo, como bien señalás vos, cuando decís que
" nos enfrenta con la banalidad y contingencia de nuestro andar cotidiano. "
pero sobre lso viajes, baudelaire tambièn escribió esto:
«Nous avons vu des astres
Et des flots, nous avons vu des sables aussi;
Et, malgré bien des chocs et d'imprévus désastres,
Nous nous sommes souvent ennuyés, comme ici.
hemos visto astros
y olas, hemos visto arenas tambien;
y, apesar de choques y de imprevistos desastres,
nos hemos, a menudo, aburrido como aquí.
lindo tu texto. abrazo.
tambien hice ese trayecto una vez, en 1999, en una micro, y por razones distintas. Pienso que es un viaje que vale la pena, pero creo que no lo haria de nuevo.
Gracias por los comentarios.
me gustó el final. creo que en los momentos en donde uno siente las fronteras, las limitaciones, la injusticia, o la dureza es cuando emergen la libertad y el valor, la necesidad de transformar...
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