Los seres humanos somos contradictorios, dialécticos dirán algunos. Hoy queremos algo y hoy queremos lo contrario. Así que no deberían extrañarnos las contradicciones. De mi parte, yo desconfío más de los coherentes, esos cuya ingesta calórica diaria está coordinada con las actividades específicas del día. Detrás de tanta coherencia vislumbro obediencia y docilidad.
Pero hay ciertas contradicciones que me producen vértigo, aunque también son bastante frecuentes. Son las contradicciones discursivas de los grupos con grandes cutosas de poder, que las travisten de argumentación lógica y coherente, de verdad absoluta. Dos ejemplos, uno local y otro no:
Pero hay ciertas contradicciones que me producen vértigo, aunque también son bastante frecuentes. Son las contradicciones discursivas de los grupos con grandes cutosas de poder, que las travisten de argumentación lógica y coherente, de verdad absoluta. Dos ejemplos, uno local y otro no:
- Hace un par de meses La Nación decidió destruir al presidente Arias (entre las probables razones, para recuperar credibilidad). Este proyecto viene acompañado de una línea editorial que “argumenta” a favor de la “crítica”. Muy bien. Pero si alguien critica, o incluso piensa diferente a La Nación, inmediatamente será condenado públicamente por izquierdista, ignorante, extremista, narcotraficante, corrupto y ahora, arista.
- Desde el consenso de Washington una verdad universal se ha propagado por el planeta: El Estado no debe intervenir en economía, salud, educación, bueno en nada; el mercado restablece el equilibrio. Por ello, la nacionalización de cualquier recurso o actividad productiva constituye poco menos que un crimen. Pero cuando las entidades financieras de EE.UU. se tambalean por su propia irresponsabilidad, los millonarios gritos de auxilio resuenan y la intervención del Estado se transforma en necesidad urgente, llegando incluso a nacionalizar AIG, la aseguradora más grande de EE.UU.
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