domingo, 6 de diciembre de 2009

Regocijo



La vida es cruel, le escuchaba decir. Pero, aunque sabía a que se refería, me era absolutamente imposible apartarme de la dicha de ese momento para comprender la frase.

Hoy, puedo pensar: "Sin duda la vida puede ser cruel, pero sin duda anoche no lo fue."

Me precio de ser un buen anfitrión, viene de familia. Me gusta, en medio del ajetreo, regalarles a mis amigos las condiciones para una momento de armonía y comunidad. No siempre tengo éxito, pero no dejo de intentarlo.

¿Cómo se mide la bondad de un festín? Cada quien tendrá sus criterios, yo opto por los parámetros dionisíacos. Fundamentalmente la embriaguez, esa que borra nuestra individualidad y nos funde con los otros.

Y aunque el vino y otras sustancias han sido vehículos sagrados para ello desde hace miles de años, se trata de mucho más que una borrachera (que por supuesto, por si sola tiene su valor).

Durante esa embriaguez en la que nos fundimos, suceden hechos maravillosos, que, como dice un gran amigo, nos dejan relamiéndonos por días.

Hace unas noches en la casa de mi abuela, la vida me regaló un momento de esos, lleno de situaciones hermosas. Tantas que yo, que tengo la mala costumbre de explicitar las vivencias bellas, no puede decir nada al respecto. Y es que tiene razón Rubén Blades: "Admiro la belleza pero en vos baja, el grito no impresiona a la eternidad."

Permanecí silencioso toda la noche, gozando.

El tono general de la noche fue el de haber llegado a un punto de mi vida en el que tengo un pequeño grupo de amigos con quienes puedo compartir con mi abuela adorada. Eso los hace mi familia, la familia que yo escogí. Esta franja concéntrica debe ser el lugar más sagrado que tengo.

Allí, confluyeron una vieja declamando un poema para unos jóvenes, mientras estos le regalaban baile y canto que rejuvenecía sus ojos... regalos precisos, que sólo pueden dar quienes nos conocen... sacrificios de cansancio para llegar y permanecer... un favor sin la menor duda... yuca y pupusas, vino y cerveza... un canto que, no sin dolor, sale de un pozo profundo de años y memoria; otro que sale de una noche reciente como reclamo compartido de amor... el higuerón de mi infancia, el primero... abrazos, muchos abrazos... y sobre todo, sonrisas en todas las caras.

Gracias por una noche en la que todos sonrieron.