miércoles, 10 de diciembre de 2008

Los enemigos de un hombre de conocimiento

‑Cuando un hombre empieza a aprender, nunca sabe lo que va a encontrar. Su propósito es deficiente; su inten­ción es vaga. Espera recompensas que nunca llegarán, pues no sabe nada de los trabajos que cuesta aprender.

"Pero uno aprende así, poquito a poquito al comienzo, luego más y más. Y sus pensamientos se dan de topetazos y se hunden en la nada. Lo que se aprende no es nunca lo que uno creía. Y así se comienza a tener miedo. El conoci­miento no es nunca lo que uno se espera. Cada paso del aprendizaje es un atolladero, y el miedo que el hombre experimenta empieza a crecer sin misericordia, sin ceder. Su propósito se convierte en un campo de batalla.

"Y así ha tropezado con el primero de sus enemigos naturales: ¡el miedo! Un enemigo terrible: traicionero y enredado como los cardos. Se queda oculto en cada recodo del camino, acechando, esperando. Y si el hombre, aterra­do en su presencia, echa a correr, su enemigo habrá puesto fin a su búsqueda."

‑¿Qué le pasa al hombre si corre por miedo?

‑Nada le pasa, sólo que jamás aprenderá. Nunca llega­rá a ser hombre de conocimiento. Llegará a ser un ma­leante, o un cobarde cualquiera, un hombre inofensivo, asus­tado; de cualquier modo, será un hombre vencido. Su primer enemigo habrá puesto fin a sus ansias.

‑¿Y qué puede hacer para superar el miedo?

‑La respuesta es muy sencilla. No debe correr. Debe desafiar a su miedo, y pese a él debe dar el siguiente paso en su aprendizaje, y el siguiente, y el siguiente. Debe estar lleno de miedo, pero no debe detenerse. ¡Esa es la regla! Y llega un momento en que su primer enemigo se retira. El hombre empieza a sentirse seguro de si. Su propósito se fortalece. Aprender no es ya una tarea ate­rradora.

"Cuando llega ese momento gozoso, el hombre puede decir sin duda que ha vencido a su primer enemigo na­tural."

‑¿Ocurre de golpe, don Juan, o poco a poco?

‑Ocurre poco a poco, y sin embargo el miedo se con­quista rápido y de repente.

‑¿Pero no volverá el hombre a tener miedo si algo nuevo le pasa?

‑No. Una vez que un hombre ha conquistado el miedo, está libre de él por el resto de su vida, porque a cambio del miedo ha adquirido la claridad: una claridad de mente que borra el miedo. Para entonces, un hombre conoce sus deseos; sabe cómo satisfacer esos deseos. Puede prever los nuevos pasos del aprendizaje, y una claridad nítida lo rodea todo. El hombre siente que nada está oculto,

"Y así ha encontrado a su segundo enemigo: ¡la clari­dad! Esa claridad de mente, tan difícil de obtener, dispersa el miedo, pero también ciega.

"Fuerza al hombre a no dudar nunca de sí. Le da la seguridad de que puede hacer cuanto se le antoje, porque todo lo que ve lo ve con claridad. Y tiene valor porque tiene claridad, y no se detiene en nada porque tiene clari­dad. Pero todo eso es un error; es como si viera algo claro peto incompleto. Si el hombre se rinde a esa ilusión. de poder, ha sucumbido a su segundo enemigo y será torpe para aprender. Se apurará cuando debía ser paciente, o será paciente cuando debería apurarse. Y tonteará con el apren­dizaje, hasta que termine incapaz de aprender nada más.

‑¿Qué pasa con un hombre derrotado en esa forma, don Juan? ¿Muere en consecuencia?

-No, no muere. Su segundo enemigo nomás ha parado en seco sus intentos de hacerse hombre de conocimiento; en vez de eso, el hombre puede volverse un guerrero impetuo­so, o un payaso. Pero la claridad que tan caro ha pagado no volverá a transformarse en oscuridad y miedo. Será claro mientras viva, pero ya no aprenderá ni ansiará nada.

‑Pero ¿qué tiene que hacer para evitar la derrota?

-Debe hacer lo que hizo con el miedo: debe desafiar su claridad y usarla sólo para ver, y esperar con paciencia y medir con tiento antes de dar otros pasos; debe pensar, sobre todo, que su claridad es casi un error. Y vendrá un momento en que comprenda que su claridad era sólo un punto delante de sus ojos. Y así habrá vencido a su segundo enemigo, y llegará a una posición donde nada puede ya dañarlo. Esto no será un error ni tampoco una ilusión. No será solamente un punto delante de sus ojos. Ése será el verdadero poder.

"Sabrá entonces que el poder tanto tiempo perseguido es suyo por fin. Puede hacer con él lo que se le antoje. Su aliado está a sus órdenes. Su deseo es la regla. Ve claro y parejo todo cuanto hay alrededor. Pero también ha tro­pezado con su tercer enemigo: ¡el poder!

"El poder es el más fuerte de todos los enemigos. Y natu­ralmente, lo más fácil es rendirse; después de todo, el hombre es de veras invencible. Él manda; empieza toman­do riesgos calculados y termina haciendo reglas, porque es el amo del poder.

"Un hombre en esta etapa apenas advierte que su tercer enemigo se cierne sobre él. Y de pronto, sin saber, habrá sin duda perdido la batalla. Su enemigo lo habrá transfor­mado en un hombre cruel, caprichoso."

‑¿Perderá su poder?

-No, nunca perderá su claridad ni su poder.

-¿Entonces qué lo distinguirá de un hombre de conoci­miento?

‑Un hombre vencido por el poder muere sin saber real­mente cómo manejarlo. El poder es sólo un carga sobre su destino. Un hombre así no tiene dominio de si mismo, ni puede decir cómo ni cuándo usar su poder.

‑La derrota a manos de cualquiera de estos enemigos ¿es definitiva?

‑Claro que es definitiva. Cuando uno de estos enemigos vence a un hombre, no hay nada que hacer.

‑¿Es posible, por ejemplo, que el hombre vencido por el poder vea su error y se corrija?

‑No. Una vez que un hombre se rinde, está acabado.

‑¿Pero si el poder lo ciega temporalmente y luego él lo rechaza?

‑Eso quiere decir que la batalla sigue. Quiere decir que todavía está tratando de volverse hombre de conocimiento. Un hombre está vencido sólo cuando ya no hace la lucha y se abandona.

‑Pero entonces, don Juan, es posible que un hombre se abandone al miedo durante años, pero finalmente lo conquiste,

‑No, eso no es cierto. Si se rinde al miedo nunca lo conquistará, porque se asustará de aprender y no volverá a hacer la prueba. Pero si trata de aprender durante años, en medio de su miedo, terminará conquistándolo porque nunca se habrá abandonado a él en realidad.

‑¿Cómo puede vencer a su tercer enemigo, don Juan?

‑Tiene que desafiarlo, con toda intención. Tiene que llegar a darse cuenta de que el poder que aparentemente ha conquistado no es nunca suyo en verdad. Debe tenerse a raya a todas horas, manejando con tiento, y con fe todo lo que ha aprendido. Si puede ver que, sin control sobre sí mismo, la claridad y el poder son peores que los errores, llegará a un punto en el que todo se domina. Entonces sabrá cómo y cuándo usar su poder. Y así habrá vencido a su tercer enemigo.

"El hombre estará, para entonces, al fin de su travesía por el camino del conocimiento, y casi sin advertencia tro­pezará con su último enemigo: ¡la vejez! Este enemigo es el más cruel de todos, el único al que no se puede vencer por completo; el enemigo al que solamente podrá ahuyen­tar por un instante.

"Este es el tiempo en que un hombre ya no tiene miedos, ya no tiene claridad impaciente; un tiempo en que todo su poder está bajo control, pero también el tiempo en el que siente un deseo constante de descansar. Si se rinde por ente­ro a su deseo de acostarse y olvidar, si se arrulla en la fatiga, habrá perdido el último asalto, y su enemigo lo reducirá a una débil criatura vieja. Su deseo de retirarse vencerá toda su claridad, su poder y su conocimiento.

"Pero si el hombre se sacude el cansancio y vive su destino hasta el final, puede entonces ser llamado hombre de conocimiento, aunque sea tan sólo por esos momentitos en que logra ahuyentar al último enemigo, el enemigo invencible. Esos momentos de claridad, poder y conoci­miento son suficientes."

Castaneda, Carlos. Las enseñanzas de don Juan.

lunes, 1 de diciembre de 2008

Una larga marcha a través de la noche

"Alrededor de la angosta balsa iluminada por la luz vacilante de la solidaridad humana, vemos el oscuro océano cuyas olas agitadas nos elevan y mantienen en alto un momento; de la gran noche exterior, una ráfaga fría viene a dar contra nuestro refugio; toda la soledad de la humanidad en medio de fuerzas hostiles se concentra en el alma individual, que tiene que luchar sola, con todo el peso de un universo que no se preocupa en lo más mínimo de sus esperanzas y temores…

Aceptar en el más íntimo sagrario del alma las fuerzas irresistibles de las cuales parecemos ser juguete – la muerte y el cambio, lo irrevocable del pasado y la impotencia del hombre ante la ciega violencia con que el universo se precipita de vanidad en vanidad –, sentir esas cosas y conocerlas, es conquistarlas…

La vida del hombre es una larga marcha a través de la noche, rodeado de enemigos invisibles, torturado por el cansancio del dolor, hacia una meta que pocos pueden esperar alcanzar, y donde nadie puede detenerse por mucho tiempo. Uno tras otro, a medida que avanzan, nuestros camaradas se alejan de nuestra vista, atrapados por las órdenes silenciosas de la muerte omnipotente. Muy breve es el lapso durante el cual podemos ayudarlos, en que se decide su felicidad o su miseria. ¡Ojala nos corresponda derramar luz solar en su senda, iluminar sus penas con el bálsamo de la simpatía, darles la pura alegría de un afecto que nunca se cansa, fortalecer el ánimo desfalleciente, inspirarles fe en horas de esperanza! No aquilatemos en escalas rencorosas sus méritos y deméritos, antes bien, pensemos sólo en su necesidad: en las penas, dificultades, quizás ceguera, que hacen desdichadas sus vidas; recordemos que son compañeros de sufrimiento de la misma tragedia que nosotros. Y así, cuando su día haya fenecido, cuando su bien y su mal se hayan eternizado en la inmortalidad del pasado, ¡ojala sintamos que si sufrieron, si fracasaron, no se debió a ninguna fechoría nuestra, antes bien, que toda vez que una chispa del fuego divino ardió en sus corazones, nosotros los acompañamos con nuestro aliento, con nuestra simpatía, con palabras honradas en las que alentaba un elevado coraje!"

Bertrand Russell. Misticismo y Lógica y otros ensayos.